Besaba como una Ak- 47, muak, muak, muak, muak, y cuando parecía que había vaciado el cargador, sacaba otro para la otra mejilla, muak, muak, muak, muak. Esto se repetía al llegar y al salir, pero nunca durante la estancia. Durante la estancia, algún que otro beso o muestras cotidianas de cariño familiar, pero la ametralladora labial no hacía acto de presencia. Al principio, esos segundos en los que su mejilla recibía los impactos indiscriminados de amor le parecían interminables y lo consideraba como un pago inevitable …