En las primitivas tierras altas de Arcadia, donde permanecían las viejas costumbres, el jabalí de Erimanto era una temible criatura gigante que vivía en el monte Erimanto, una montaña que aparentemente fue sagrada para la Dama de los animales, ya que en tiempos clásicos seguía siendo refugio de Artemisa (Homero, Odisea, VI.105). Un jabalí era un animal peligroso: "Cuando la diosa giraba su rostro furioso hacia un país, como en la historia de Meleagro, enviaría a un jabalí furioso, que echaría a perder los cultivos de los granjeros".