Salvo excepciones, todavía gran parte de la pornografía dirigida a mujeres, cae en viejos estereotipos y representa al género femenino desde la idealización de su placer y deseo. Es decir, como si solo pudiéramos disfrutar del sexo si se hace “blandito”, con dulzura (hasta ataque diabético) y con tanto cuidado que nos hace creer que nuestro coño es de cristal incluso cuando lo frotamos “de mujer a mujer”. Pero, ¿qué pasa si lo que nos pone son las escenas de empotramiento? ¿O el porno sucio de chonis y canis?
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