A finales del siglo XIX, Emilia Pardo Bazán y otros autores publicaron algunas historias sobre luces extrañas que, desde la costa, conducían a los navegantes hacia las rocas los días de temporal. Realmente eran trampas mortales creadas por los vecinos, faroles encendidos que colgaban de los cuernos de bueyes y vacas para simular el cabeceo de otros barcos al abrigo de un puerto seguro. Teóricamente, este mortífero señuelo engañaba a los barcos para que se acercasen a la costa y encallasen, dejando vía libre a los piratas de tierra
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Y con esto me guardo el calzador y cierro la puerta al salir