En las inhóspitas montañas californianas, donde la autopista 111 se cruza con las desgastadas vías del Union Pacific, se erige un altar a Dios de barro, paja y pintura barata. Knight, vencido en febrero de 2014 por los estragos de la diabetes y cansancio de la edad, pasó tres décadas construyendo su utopía. Más de 500.000 galones dispuestos en un gran cuadro multicolor bautizado en 1994 por un especialista como “la pesadilla tóxica”.
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