No escribo esto desde la nostalgia. Cuando se ha tenido, en su debido momento, lo que se quería tener —placer y deber: porque un humano no es completo sin las dos caras de Jano—, la nostalgia constituye una asquerosa pérdida de tiempo. Pero tanto como me molestan los viejos crápulas, más o menos de mi generación —un poco menos, casi siempre—, que presumen de un hígado cirrótico y desafiante, tanto como me crispa semejante actitud a lo Bogart de medio pelo, me ponen frenética esos momentos de ajuste de cuentas con el pasado que, con frecuencia,
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