Hablar de Clint Eastwood sería un buen ejemplo. Clint era un actor que protagonizaba Spaghetti western y que fue, durante décadas, el perfecto icono de la masculinidad, entendida como un exceso de testosterona, rebeldía y poder. Sus fans le idolatraban por machote y sus detractores le ignoraban por fascista. Hasta que a finales de la década de los ochenta dirige una película sobre el músico de jazz Charlie Parker, Bird. De repente, el hombre que se había construido una popularidad rodando un cine de violencia y arrogancia se destapaba.
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