Como creo en el poder superior de la palabra y no creo en la violencia física, me concedo plena legitimidad para usar el lenguaje con toda su potencia. Si algún día te ofenden mis palabras, recuerda dos cosas: 1.-Que no se dirigen a ti, sino a tus palabras. 2.-Que al final nos morimos.
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La mayor parte del tiempo lo pasas enseñoreándote de la ilustrísima persona que eres, y a veces llama a la puerta un prelado, un obispo,
y toca genuflexar.