The Wicker Man ha entrado por derecho propio en los cenáculos de las obras de culto. Una innovación frente al goticismo manierista de la pujante Hammer, que ya empezaba a hastiar con sus negligés vampíricas, sus castillos recargados y su hemoglobina. Robin Hardy opta por buscar la inquietud antes que el terror puro. Prevalece el malestar o el desasosiego. Siendo precedente de obras como La Semilla del Diablo, de Polanski, o su inquietante Repulsión, donde el factor psicológico predomina sobre el susto o el mordisco.
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