A pocos metros, los turistas se acomodan en las terrazas adoquinadas y documentan para Instagram sus platos de quesos y fiambres. Nada les permite saber que están comiendo ante un objetivo terrorista, a no ser que hayan detectado a los custodios, que no se le despegan desde el 7 de enero de 2015, cuando los hermanos Kouachi masacraron a la redacción de Charlie Hebdo para vengar la publicación de las caricaturas de Mahoma. En estos días publica El derecho a cagarse en Dios, una versión escrita de su alegato en el juicio por la masacre.
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