La clave está en despersonalizar al profesor. Parece que la meta que se han marcado es la de convertirnos en una piececita de un pantagruélico sistema que sea fácil de reponer y que no estorbe demasiado. Quitar el protagonismo del que se supone que sabe y evalúa, para diluirlo en emotividades, subjetividades, carantoñas cohelianas y algodón de azúcar. De manera que, más que un especialista en tal o cual materia preparado para transmitirla, quede en un mero acompañante y un entretenedor. Para eso, cualquiera vale.
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