En un mundo donde las palabras eran balas, dos enemigos se encontraron en un desolado campo de batalla. Habían luchado durante años, sin tregua ni piedad. Pero ese día, mientras el sol se escondía detrás de las montañas, algo cambió. Uno de ellos, exhausto, dejó caer su arma y se sentó en la tierra. El otro, sorprendido, hizo lo mismo.
En el silencio que siguió, fue cuando comprendieron que la guerra no era más que un eco de un pasado que ya no existía. Se miraron a los ojos, estrecharon sus manos.
“Tarde o temprano se firmará la paz” dijo uno de ellos sonriendo.
El otro también sonrió... y en un movimiento rápido sacó un cuchillo y se lo clavó en el pecho.
Mientras caía, el soldado comprendió la verdad: la guerra nunca había sido entre ejércitos, sino entre los que aún creían en la paz y los que jamás la permitirían.