Sentencia memorable: “Quizá te hayas fijado en que el vecino, cuando cree que no lo ve nadie, se mete el dedo en la nariz”. Ésta no es de Sartre ni de Kant, sino del picapedrero de la tecla mundialmente conocido como Stephen King (Portland, EEUU; 1947). Un señor normal, de a pie, sin más filosofías que contar cuentos y que la gente los lea; un norteamericano medio sin más ambiciones que vivir tranquilo haciendo lo que le gusta, pero cuya exploración de los sótanos más tétricos de la psique humana le hacen resultar cuanto menos sospechoso: como si supiera del infierno más que el Dante. (Esa nariz achatada, extraterrestre, y esos ojos de conejillo perverso tras las gafas no ayudan a calmar tal impresión en absoluto).