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CRÓNICA

La gente quiere tener hospitales y también médicos, y todo a la vez no puede ser

Isabel Díaz Ayuso en el último pleno de la Asamblea de Madrid.
27 de octubre de 2020 01:10 h

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La gente empieza a estar cansada de que los gobernantes les pidan “moral de victoria”, como Pedro Sánchez, de que les digan que tienen la solución jurídica perfecta para solventarlo todo, como Pablo Casado, o que les pidan más sacrificios sin que el horizonte esté claro. Quizá la gente esté cansada sin más con independencia de lo que digan los políticos. Al menos en Madrid tienen además la oportunidad de quedarse perplejos ante el milagro de la multiplicación de los hospitales que ofrece la presidenta, Isabel Díaz Ayuso, que ha superado algunas de las cotas en materia de suspensión de la incredulidad que ella ha alcanzado en esta crisis. Todo gracias al llamado “hospital de las pandemias” –¿acaso a los demás hospitales no se les puede llamar así cuando han atendido a miles de enfermos de Covid-19 desde hace meses?– que se supone que estará en funcionamiento en unas semanas.

Es un hito histórico. Las pirámides, el acueducto de Segovia y la Alhambra de Granada. Y ahora el hospital de las pandemias. No han contratado médicos para que trabajen en él, ¿pero quién debe preocuparse por esas nimiedades? Tampoco saben cuántas plantas pondrán en la recepción. La gente quiere saberlo todo y no puede ser.

Si ya era difícil seguir el paso de Díaz Ayuso cuando presumía de que ella había salvado no ya a Madrid, sino a toda España, ahora resulta más complicado con la declaración del estado de alarma, que en la práctica concede a los gobiernos autonómicos la capacidad de tomar las decisiones más difíciles. El PP acusó al Gobierno central de desentenderse de la pandemia y le exigió que tomara el mando. Cuando en Moncloa dieron ese paso en relación a Madrid, montó en cólera, porque la Comunidad no necesitaba ni sugerencias ni mucho menos órdenes. Ahora con el segundo estado de alarma y el descenso de los contagios en Madrid, deberían estar más relajados, pero es difícil dejar la droga de la confrontación.

Por eso, la primera reacción de alcalde de Madrid en la mañana del lunes fue acusar al Gobierno de tratar a los ciudadanos “como niños”. Dado que se ha asignado la etiqueta de moderado a José Luis Martínez-Almeida, habrá que pensar que lo suyo no es la heroína, sino la metadona.

Lástima que Díaz Ayuso no estuvo la noche anterior a la altura de las elevadas exigencias de madurez planteadas por el alcalde. En una entrevista en Telemadrid, anunció que el nuevo hospital de Valdebebas se inaugurará esta semana –se refería a la entrega de la obra finalizada a las autoridades– y empezó a comerse las palabras y ponerse nerviosa cuando la periodista le hizo una pregunta muy lógica: ¿de dónde saldrán los médicos y médicas que trabajarán en él? “Lo que está haciendo ahora la Comunidad de Madrid son las contrataciones, eligiendo el material y todo lo que necesita”.

No exactamente. Como confirmó el consejero de Sanidad al día siguiente, no se contratará a médicos o enfermeras, sino que se derivarán de otros hospitales y centros de Atención Primaria, como se hizo con el hospital de Ifema. Cómo quedarán esos centros es otra historia. Por ladrillo no será, pero lo del personal sanitario es más peliagudo.

“La proeza de construir en tan solo tres meses un hospital que va a sorprender al mundo es lo que a mí me ha de ocupar”, dijo Díaz Ayuso, que nunca ha escatimado elogios a sí misma. Se refería a que ella como presidenta no se rebaja a responder ese tipo de preguntas. “Esas preguntas no se le hacen a una presidenta autonómica”, había comentado antes cuando la periodista insistió. Ella llama a las constructoras, pone 50 millones sobre la mesa y ya se ocuparán otros de poner los muñecos, perdón, los médicos, para que trabajen allí. Le han prometido que ya encontrarán el personal por algún lado en centros sanitarios en los que nunca ha sobrado ningún trabajador cualificado.

Ayuso también se apresuró a destacar que el regreso del estado de alarma es “un fracaso para la imagen de España”, entre otras cosas por la repercusión en el turismo. Con la segunda oleada del coronavirus a pleno rendimiento en Europa, habría que hacer un completo examen psicológico a cualquier persona que pensara que este es un buen momento para hacer turismo en otro país, como también a los responsables políticos que crean que eso es una prioridad.

En términos de imagen, si algo ha perjudicado a España es la idea de que sus autoridades no fueron capaces de impedir el aumento de contagios primero en primavera y luego en verano. Tomar medidas para recuperar el tiempo perdido no parece ser un error, sino lo que se debería haber hecho antes.

El presidente gallego es otro de los que han incidido en el daño que se ha hecho con el estado de alarma a la reputación del país. “Les hemos dicho (a los turistas extranjeros) que se olviden de España en Navidad”, dijo un enfadado Núñez Feijóo. Aparentemente, es una cuestión de marketing: “No puede ser más demoledor, se puede hacer lo mismo sin estos términos y proyecciones desgarradoras. Hemos puesto en cuestión la Navidad y la Semana Santa, dándole un enorme palo al sector turístico y hostelero”.

A todos aquellos que piensen si la muerte de sus familiares en la segunda oleada podría haberse evitado, el mensaje de Feijóo es claro. Eso es terrible, pero debemos pensar también en los hoteles y restaurantes que esperaban –nadie sabe cómo– recibir turistas en Navidad y Semana Santa.

El debate sobre la ratificación parlamentaria del estado de alarma en el Congreso arrojará momentos de todo tipo. Discusiones lógicas sobre cómo compatibilizarlo con el imprescindible control parlamentario, lo que puede obligar a reducir el tiempo de la prórroga que requiere el Gobierno. También servirá para alegatos dramáticos sobre la reputación de España. Sería conveniente que todos estuvieran de acuerdo en que la mejor imagen que puede dar un país en estos momentos es que se tomen las medidas necesarias para proteger la salud de sus ciudadanos. En Francia e Italia ya se están dando los pasos que sus gobiernos consideran imprescindibles ante una curva de contagios que ya no es allí una curva, sino una línea recta hacia arriba.

Dicho en otras palabras, si no consigues dar la vuelta a esa línea recta, no tendrás Navidad que celebrar.

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