Ouka Leele: "En los 80 si no hacías ciertas cosas como forrarte a drogas, estabas mal visto"

La fotógrafa madrileña nos habla de cómo sobrevivió a La Movida, de su prima Esperanza Aguirre y de su polémico trabajo para Sálvame.

Su verdadero nombre es Bárbara Allende Gil de Biedma, pero desde los primeros años 80 es (muy) conocida por el seudónimo Ouka Leele. Sus fotografías coloreadas con acuarela forman parte del imaginario de la Movida, tanto o más que los carteles de Iván Zulueta o las portadas de los discos de Mecano. Sólo que ella sigue en activo: su última exposición, “A donde la luz me lleve”, una desconcertante y amable visión de la Asturias rural, está hasta el 29 de abril en el madrileño Conde Duque. Allí mismo tiene lugar esta entrevista, durante la cual habla con profusión mientras merienda dátiles y piñones. De vez en cuando, los visitantes nos interrumpen solicitando indicaciones al confundirnos con personal del centro.

Al principio firmabas como Bárbara Sin Apellido. Luego por casualidad vino lo de Ouka Leele. ¿Por qué decidiste esconder tu nombre real? ¿Querías preservar tu personalidad, o más bien destruirla?

Quería ocultarme por varias razones. Por timidez, y también porque lo que pretendía mostrar era mi trabajo en sí, no la personalidad que había detrás. Hacía performances rarísimas, como una en la que proyectaba unas fotos desde detrás de un búnker y pasaban personas con pulmones de cerdo y luego lanzaban patas de pollo contra el público, mientras yo leía la guía de teléfonos. Eso creaba en el público una especie de horror. Y yo soñaba con poder camuflarme entre ellos. Además, siempre me gustó gente como Robin Hood, ese tipo de personaje que ayuda a los demás mientras oculta su personalidad. Luego viví en Barcelona, y allí vi un dibujo de El Hortelano con un mapa de estrellas, cada una de ellas con un nombre: una se llamaba Ouka Leele, y a mí me encantó. Mi primer galerista, Albert Guspi, lo vio clarísimo y me animó. Así que en 1979 hice ya como Ouka Leele mi primera exposición, donde salía gente con cosas en la cabeza. Yo había empezado con la pintura, después hice foto, y entonces auné ambas cosas.

Vayamos a eso. ¿Por qué elegiste la técnicas de la foto en blanco y negro coloreada manualmente, que te hizo famosa?

El color fotográfico nunca me ha gustado. Es una foto, pero no es la realidad: me parecía que mis recuerdos de la experiencia se perdían con la foto en color.

La experiencia subjetiva…

Eso. Es lo que me llevó a colorearlas. Al principio con acuarelas, y ahora ya con Photoshop. Pero hay más motivos. Uno, que yo no sabría vivir sin pintar: antes siempre llevaba un cuaderno en la mano, y me pasaba todo el rato dibujando, incluso en las fiestas. Un tercer motivo es que yo necesitaba trabajar, necesito trabajar. Y lo hice incluso para Penthouse y Playboy. Allí me ofrecieron hacer fotos para portadas y páginas interiores. Lo mío no eran fotos típicas de esas revistas. Me pedían fotos en color y yo sólo hacía blanco y negro, así que empecé a pintarlas.

Curiosos mecenas, Playboy y Penthouse. Aunque has tenido otros aún más cuestionados.

Es lo que había. Nadie me apoyaba financieramente ni me tocó la lotería. Entonces protestaba por tener esos mecenas, es cierto, pero hoy debo agradecerlo.

Me refiero al caso de “Sálvame”, el programa de televisión. Hiciste una foto de sus colaboradores, creo recordar que por el quinto aniversario…

Los de “Sálvame” me perseguían pidiéndome que les hiciera una foto. Yo respondía con presupuestos desorbitados -400.000 euros, por ejemplo- aunque en realidad eran razonables teniendo en cuenta lo que se dice que cobra esa gente por salir en el programa. Luego, cuando yo estaba en Asturias, volvieron a llamar con la cosa de que por el quinto aniversario sí que había que hacerlo. Hablaron con mi hija, a la que le divierte el programa, y ella lo negoció todo. El caso es que sólo cobré 15.000 euros por ese trabajo. No tengo complejos en decirlo. Eso no quiere decir que vaya a hacer más cosas como esa por ese dinero: es algo que no se repetirá. Fue un error. Económico, quiero decir.

La foto era tremenda.

Sí. Espero que algún día, como compensación, acabe en un museo. Para mí fue como un estudio sociológico. Los retoques que hice fueron de no dormir, a todos les practiqué auténticas operaciones quirúrgicas (risas) . Kley Kafe, el maquillador, hizo también un trabajo magnífico. El vestuario era de Cornejo. Los vestí como dioses del Olimpo, pero con ambiente bollywoodiense.

Paganismo ecléctico.

Sí. Como de dioses con “d” minúscula (risas) . Creo que a ellos les gustó el resultado, y la verdad es que a mí también.

El caso es que en los 80 conseguiste ser una de las pocas artistas plásticas conocidas a nivel popular. ¿Tú a qué lo achacas?

Es que busqué mucho que la gente reconociera una obra mía. Así que me lo merezco, porque me he esforzado mucho en ello. Pero no soy sólo la que pinta fotos, siempre había una historia detrás, una composición, una técnica. Yo estaba filosofando a través de esas fotos, hablando de cosas como el amor y la muerte.

¿Qué recuerdas de los 80?

Fue una época muy creativa, fascinante de vivir. Estábamos las veinticuatro horas de día trabajando. Si íbamos a la El Sol o al Rockola también estábamos perpetrando alguna acción artística. Estábamos muy contentos de estar ahí, éramos muy conscientes de estar haciendo historia. Y había una filosofía de vida que implicaba vivir juntos y compartirlo todo. La lechuga y el pincel. Nos sentíamos un poco como Picasso en el Bateau-Lavoir, o como Buñuel y Dalí en la Residencia de Estudiantes. Dejamos aparcada la política, porque nuestros padres habían vivido la guerra y lo que vino después, y nosotros no queríamos esas dos Españas. Y seguimos sin quererlas. Veníamos de distintas familias y orígenes, y éramos todos bienvenidos. Eso sí, dentro de la libertad había también un malditismo. Si no hacías ciertas cosas, como forrarte a drogas por ejemplo, estabas mal visto. Era algo que no sé cómo calificar, como un fascismo…

Quieres decir un dogmatismo, ¿no?

Eso. Es algo que se llevó a gente por delante. Se hacían cosas como drogarse juntos, y yo no lo entendía: la gente vomitaba allí mismo, yo lo encontraba horrible. O de pronto alguien que era tu amigo aparecía un día cambiado, con los ojos vidriosos, mirando no sé qué. Mirando la muerte, supongo…

Un poco como en “La invasión de los ultracuerpos”.

Yo no participé en eso. Alguna amiga me daba canutos liados y yo sólo los guardaba en el cajón de las bragas, y mi madre los veía, y seguro que pensaba de mí que yo hacía todo tipo de cosas que en realidad no hacía. Como cuando pasaba la noche viendo una película acostada con un chico y no hacíamos nada más. Mi madre me preguntaba espantada si nos habíamos acostado juntos, y yo decía que sí (risas) . El caso es que a esa gente que desapareció, Carlos Berlanga o Poch, por ejemplo, yo los recuerdo como ángeles. Los echo mucho de menos.

De esa época, en la mente de la mayoría de la gente pervivís unos pocos, como Almodóvar, Alaska, Mecano… Y en el arte, García-Alix y tú, sobre todo. ¿Podíais entonces intuir esa criba del tiempo?

Entonces no lo sabíamos, éramos todos iguales. Era un logro que saliéramos en televisión con Paloma Chamorro en “La edad de oro”. La gente lo veía y apreciaba esa libertad y creatividad. Luego Almodóvar empezó a ganar Oscars y fue un orgullo. Todos estábamos un poco allí: por ejemplo, yo le hice los sombreros para “Laberinto de pasiones”. Hace poco salió una entrevista mía en la que el titular decía que no me trato con Almodóvar, lo que no es cierto. ¿Cómo no me voy a tratar con él? Es sólo que yo estoy en un mundo más humilde, y él va a los Oscars y todo eso. Ha hecho mucho por el cine español. Así que estoy deseando que ese titular cambie por “Sí, me trato con Almodóvar” (risas) . En cuanto a Alaska… Es que ella ya de joven iba a comprarse la ropa a Londres, y yo me ponía un jersey de mi padre. Ella era más glam, y yo más cisterciense (risas) . Quiero decir que ella hace un programa de televisión, mientras yo estoy más recluida. Yo creo en el oficio, y mi oficio conlleva muchas horas de trabajo.

No puedo dejar de preguntarte por tu prima segunda. Esperanza Aguirre, candidata a la alcaldía de Madrid.

Mi familia es muy grande, pero siempre me preguntan por ella. Entonces pienso que un día publicaré mi lista completa de primos, para que se vea que son muchísimos. Esperanza Aguirre es una mujer de bandera, una chulapa castiza. Lo que puedo decir es que como prima es estupenda, y que cuando he necesitado contarle algún problema íntimo y tener su apoyo, lo he tenido. Y que como mujer ha luchado mucho por su carrera. Y sobre política no voy a opinar. La derecha y la izquierda se me quedan cortas: soy más del futuro, y cuando llegue la política del futuro me interesaré por ella. La cosa es que hay gente que ha dicho que lo he tenido todo hecho por ser su prima. ¿Que lo he tenido todo hecho? ¿Pero es que ella me ha enseñado a pintar fotos?

Quizá te identifiques más con tu tío, el gran poeta Jaime Gil de Biedma. No sé qué te pareció la película que hizo sobre él Sigfrid Monleón, con Jordi Mollá.

Jaime Gil de Biedma era un poeta alucinante que ha influido en generaciones posteriores. El personaje de la película, tan lánguido, no se parecía a él, que era muy divertido, ingenioso y vital. Monleón se basó en sus poemas para retratarlo, ya que no lo conoció personalmente. Pero me hizo llorar la escena de la muerte de la niña Bel (Isabel Gil, interpretada por Bimba Bosè) .

¿El accidente de tráfico, con el “Dis, quand reviendras-tu” de Bárbara de fondo?

Sí. Sé que él estaba muy enamorado de Isabel Gil, y eso fue algo muy triste en su vida. Los Gil de Biedma se portaron muy bien conmigo cuando yo viví en Barcelona al principio de mi carrera. Me dieron de comer. Bueno, ellos y los Hare-Krishna.

Y desde aquella época. ¿has evolucionado como artista? ¿En qué sentido?

Claro. En mi juventud hice eso de dar un grito: “¡Aquí estoy!”. Con mucho sentido del marketing y voluntad de epatar, como en la primera exposición de Barcelona. Yo tenía como dieciocho ó veinte años. Luego, cuando tenía veintitrés, apareció una enfermedad (nota del entrevistador: un cáncer, felizmente superado) , y di pasos agigantados hacia una especie de sabiduría. De pronto todo empezó a ser precioso, cada momento vivido y cada cosa que encontraba. Eso se me quedó grabado y decidí no olvidarlo nunca. La vida es un privilegio, es una obra de teatro alucinante a la que estamos invitados. Esa idea se traspasa a mi obra, que se vuelve más sincera y también más espiritual y menos mundana. Dejó de interesarme la transgresión, lo que parecía un pecado en aquel momento. Pero tuve la valentía de decir: “por aquí no se puede ir”.

Eso nos lleva a tu exposición actual aquí, en el Conde Duque. Tiene un tono naïf y mágico que contrasta con la tendencia actual a lo truculento, cuando no al cinismo.

Lo sé, y es algo totalmente consciente. Sé que puedo ser abofeteada por los defensores del malditismo. Pero quiero ser coherente y sincera conmigo misma y con los demás. Lo verdaderamente transgresor hoy en día es mirar una flor y hablar de ella. ¿Transgresión? ¡Si ya está todo hecho! Lo mío es una transgresión dulce: hablar de lo espiritual, y de que es horrible destruirte. Como lo que te contaba antes de las drogas.

¿Cómo fue trabajar en la Asturias rural? ¿Y tu relación con las personas que sacas en las fotos?

Como siempre que me meto en un trabajo, lo hice con mucho amor. Venía de hacer una exposición muy dura en el Círculo de Bellas Artes sobre el horror la violencia contra las mujeres en el Congo en colaboración con la periodista Caddy Adzuba (“Un banquete cruel. PourQuoi?”) Hay una película que se puede ver en youtube, libre de derechos. Lo hice porque ella me lo pidió, y espero que haya servido para que se oiga más su voz. Después de eso pensé que lo que yo debía dar al mundo era belleza, y en febrero de 2014 fui a Asturias y llamé a una amiga que vive allí, en un pueblo de diez habitantes –o eso dice, yo creo que son algunos más- y me habló de la Asturias mágica, de las xanas y los trasgos, y eso me encantó. El nombre de la exposición, “A donde la luz me lleve”, es literal: cada mañana salíamos y dejábamos que la luz planificara el trabajo. Fue algo muy balsámico. Pero saqué tantas fotos –unas diez mil- que después me pasé cinco meses haciendo sobre ellas el trabajo de dos años, y acabé con la salud por los suelos.

Fuiste elegida por la Fundación María Cristina Masaveu Petersen para hacer esta exposición. No has tenido mala suerte con los reconocimientos y premios: tienes hasta el Nacional de Fotografía, que te concedieron en 2005.

Yo nunca he tenido mucho dinero: salvo en los ochenta, no he vendido tanto. El Premio Nacional me vino como agua de mayo. Era la primera vez que tenía la misma dotación que el de Pintura, 30.000 euros. Antes era la mitad. Lo que tiene gracia, porque unos años antes yo misma había sido jurado del premio, y entonces hicimos constar en el acta nuestra disconformidad con esa diferencia. Podía haberlo rechazado, porque justo entonces yo había decidido dejar la foto y dedicarme a la pintura, pero en lugar de eso asumí que la gente quería mi fotografía, y seguí con ella.

La ganadora de la última edición, Colita, sí lo ha rechazado. En su caso, por su desacuerdo con la política cultural del gobierno actual.

Yo pienso que el premio lo concede un jurado que no es político. Lo componen el ganador del año anterior junto a otros artistas, y críticos de arte, y comisarios. No lo da un político, sino el pueblo. Y el dinero viene del pueblo también. Los artistas somos el pueblo y nos debemos a él. Pero sí me parece algo valiente lo que ha hecho Colita. Aunque, para todos, el premio es suyo. A lo que renuncia en el fondo es al dinero. Cuando lo gané yo, no me habría podido permitir eso.

Tu hija, María Rosenfeldt, es pese a su juventud una diseñadora de moda con marca propia (Heridadegato) . Forma parte de una especie de relevo generacional.

Cuando mi hija empezó a salir de casa, se decía de ella que era una de las chicas “in” de Madrid. Tiene veinticuatro años, es muy joven. Pero muy disciplinada. Se levanta a las seis de la mañana y no le interesa el famoseo. Ella y su novio Jacobo Salvador, muy inteligentemente, están vendiendo fuera de España. Es que aquí las tiendas compran en depósito, y en cambio vendiendo fuera te dan el dinero que necesitas para producir. Lo mejor es eso, que te produzcan la obra y que sea otro el que asuma los riesgos, porque además así ellos se esforzarán por vender aquello en lo que han invertido el dinero Deben rentabilizarlo.

Ella formó parte de aquel anuncio de Loewe donde, junto a otros chicos y chicas, aparecía con un bolso en la cabeza y decía unas cosas bastante frívolas, y por el que fueron todos bastante masacrados. Pero que al parecer sirvió para potenciar las ventas de la marca.

Es un anuncio que se estudia en las universidades. Fue una jugada de la que no sé yo si era tan consciente el chico aquel que lo hizo…

Luis Venegas.

Sí. Yo vi a mi hija llorar por ese tema. A ella la engatusaron diciéndole que iban a promocionarla como diseñadora, pero luego al hacer el anuncio le preguntaron cosas como “dime la frase mas tonta que has oído en tu vida”, y en el montaje final aparecía diciendo aquello de “Me bajo del avión, me pinto, me visto, y ¡pumba!, ya estoy”, y parecía lo que no era. Si eres de esa manera y te presentan así, pues oye, a mucha honra. Hay gente que tiene mucho dinero y va por ahí diciéndolo y poniéndose todas las marcas, y me parece genial, porque así pueden vivir los diseñadores. Pero mi hija ha tenido otra vida, sin privilegios. Bueno, sí, ha tenido el privilegio de conocer a todos los artistas de su época. Ha mamado el arte desde niña. Rodeada de gente como Cristina García Rodero, Ceesepe, Alberto García-Alix, Mariscal. En cambio, estudió en el colegio público que está por Barceló, frente a Pachá. Donde ella competía para entrar con hijos de las porteras y las trabajadoras de la limpieza del barrio, y tenía más puntos que ellas. El comedor del colegio tenía unas ventanas bajas y, mientras comían, los niños veían señores que hacían pis al otro lado. La saqué de allí y siguió sus estudios en casa.

¿Qué artistas te han influido? ¿De cuáles te sientes más cercana?

Lo que más me ha influido es el Museo del Prado. De niña lloraba ante los cuadros del Greco. Supongo que tenía vocación artística desde pequeña. También me ha influido la publicidad, aunque la tele me aburría: sólo levantaba la cabeza cuando aparecía Dalí o alguien así. Y con los anuncios. También los impresionistas, o Van Gogh y Gauguin. Y los de principios del siglo XX, como Picasso, Dalí o Buñuel. “Un perro andaluz” la he visto mil veces. Ah. Y Odilon Redon, Gustave Moureau, Chagall, Frida Kahlo… Ella también me hace llorar por su sinceridad. Y Man Ray en foto. La fotografía sólo me gusta cuando va más allá de la foto-foto. Como Irving Penn o Helmut Newton. No me habría gustado que nadie me sacase desnuda, excepto Newton. Mmmm… bueno, a lo mejor yo misma también. ¿Te apetece un dátil?

© Ouka Leele